Carta de Edipo a Yocasta

!Oh ,querida ,Yocasta , o podría decir madre ,desdichado ,desgraciado de mí! como he podido cometer tal injuria hacia los Dioses y hacia mi padre , tener una relación más allá que simplemente madre e hijo que desgracia . No podré ser perdonado nunca por nadie, siempre seré un desgraciado cuyos hijos lo serán también  , están igual  de condenados que su padre . Espero madre que algun dia me puedas perdonar , ojala haber podido decírtelo antes de que te marcharas , no podré volver a verte nunca más ya que mi muerte no espero con ansias , la anhelo, pero no la deseo ya que  no quisiera hablar con mi padre , después de haber cometido tal ultraje no me merezco nada ni si quiera volver a ver a mis hijos a la cara , los cuales también son tus propios nietos . Lo siento por el daño causado no solo a ti , mi vida siempre ha sido desgraciada , desde el primer momento que merecía morir y no lo hice . Te amé de otras maneras , la lujuria ha sido mi condena por ella ahora estoy aquí , lo siento querida , lo siento madre.

María Luisana Ybarra Arteaga (1ºBAC)

Inventa una metamorfosis

Soy Anayra, diosa de la sabiduría y el conocimiento. Y voy a contar mi historia . Soy hija de Hades y Perséfone, dioses del inframundo. Como era hija única, tras el retiro de mis padres, el Dios Zeus me dio la oportunidad de ser la diosa suprema del subsuelo, pero con una condición, nunca me podría enamorar, acepté sin pensarlo y el inframundo acabó siendo mío. Ate, Diosa de la maldad, quería arrebatarme toda mi posesión, por eso, todos los días me ponía una tentación, yo las superaba sin dificultad hasta que un día caí. 

Estaba en mis aposentos dándome un baño como hacía cada tarde, cuando de repente vino uno de mis guardas y me avisó que tenía visita, inmediatamente, me puse mi vestido de seda y fui a ver de quien se trataba. 

Era una chica, me quedé impresionada cuando intercambiamos miradas, nunca me había sentido tan atraída hacia una persona, tenía el pelo rizado, tan largo y rosado como las lágrimas de Jacinto. Me pareció una ninfa por toda la belleza que poseía. Hablé con ella y me dijo que se llamaba Psique y que era una humana mortal que venía en busca de un poco de mi belleza para recuperar a su amado, que era el Dios Cupido. Sentí celos por aquel del que ella estaba enamorada, así que acepté pero con una condición, la cual era que tenía que quedarse a mi lado un mes y pasado esos días se la daría sin ningún problema. 

Cada día le enseñaba todos los maravillosos lugares que escondía mi reino y le resolvía todas sus dudas sobre él. Era tan curiosa que cada vez que le mostraba algo nuevo, la veía sonreír y cada vez me sentía más atraída hacia ella. La fui conociendo, me contó anécdotas de su infancia, también cómo había conocido a su amado, había traicionado su confianza y ahora intentaba recuperarla cumpliendo unos retos que le ponía la madre de Cupido. Yo también le conté cómo había sido mi vida pasada, antes de ser la diosa del inframundo y como lo era ahora. Le fui abriendo mi corazón y sentía que era mutuo. 

El día de antes de que se fuera, estábamos sentadas en la terraza viendo el atardecer entre las llamas que salían del suelo. Fui a buscar el cofre en el que la noche anterior le había puesto un poco de mi belleza y se lo di, ella me lo agradeció y le confesé que me había sentido atraída hacia ella desde el primer día que llamó a la puerta del palacio, ella como respuesta me abrazó pero no dijo ni una sola palabra. Cuando ya se había escondido el sol, nos fuimos cada una a nuestro aposento. 

A la mañana siguiente, fui a buscarla y no la encontré por ninguna parte, se había ido con mi belleza, solo encontré una nota en la que decía: lo siento por irme sin avisar, pero iba a ser muy doloroso para las dos si me hubiera despedido, yo también me había sentido atraída por ti y tuve sentimientos que nunca tuve con mi amado, pero ya lo traicioné una vez y no puedo hacerlo otra más, lo siento. Después de leer esa nota lloré, lloré día y noche, lloré mares y ríos, y ahí me di cuenta que me había enamorado y lo peor aún, no había cumplido mi promesa con el Dios Zeus. 

A la mañana siguiente, seguía llorando, no podía parar. Estaba tumbada en la cama cuando los guardias vinieron a decirme que tenía visita otra vez, con la esperanza de que fuera Psique fui, y no la vi por ninguna parte, al que vi era al mismísimo rey de los Dioses, el Dios Zeus. Me dijo que no había cumplido mi promesa y que merecía un castigo. Yo acepté, acepté porque dolería menos que tener un corazón rota toda la eternidad..

Zeus hizo que mis lágrimas se convirtieran en fuego, pero un fuego líquido y yo me fui desvaneciendo hasta convertirme en ese mismo líquido. Y Zeus lo llamó lava.

Francis J. Martínez (1ºBAC)

Máximas de Antígona

Recreación de un diálogo que nunca apareció en la obra de Sófocles pero podría haber aparecido…

Máximas de Antígona

Antígona: !Oh¡ Osado Creonte, se que los actos pasados de mi hermano no han sido los más correctos, y te han atormentado.

Creonte: Estas en lo cierto, por esos actos, yo rey de Tebas lo condeno el resto de la eternidad a que su alma vague entre nosotros.

Antígona: Bien sabía yo tu respuesta, insensato, pues sabes que mi hermano no será el único que sufrirá, ya que tu al desobedecer a los Dioses, te condenas igual.

Creonte: Atrevida tu valentía al enfrentarte contra ante mi, mujer, pero tu hermano es un traidor y no merece una sepultura digna, y tu si me desobedeces sufrirás la misma suerte que Polinices.

 Sara López González  y  María Luisana Ybarra Arteaga (1ºBAC)

El Mago de Oz

Hola, soy el gran, magnífico, poderoso y temido Mago de Oz. Bueno… en realidad no soy tan magnífico ni poderoso como os esperáis, porque en realidad yo no soy más que un simple profesor en una universidad de Kansas que, durante una feria de ciencias en la que les iba a demostrar a todos mis alumnos de lo que soy capaz manejando el globo aerostático, un tornado me arrastró a mi y a mi globo hasta este fantástico y maravilloso mundo.

Caí aquí, en la Ciudad Esmeralda, donde todos, al ver los conocimientos que poseía, me tomaron por mago. Desde ese día empezaron a llamarme el Mago de Oz. Se crearon rumores sobre mí, decían que era gigantesco, enorme y muy poderoso. Para hacer honor a esos rumores creé una máquina, que manejaba yo mismo tras una cortina, de la que se expulsaban continúas llamaradas y espesas nubes de polvo. 

Mi propósito no era el de ayudar a nadie, sino el de volver a Kansas, y lo conseguí. Tras ayudar a una muchacha llamada Dorothy que iba acompañada de un león, un hombre de hojalata y un espantapájaros, supe cómo volver. 

Soy un hombre alto, de pelo canoso, con ropa elegante: llevo un sombrero de copa negro, una camisa negra de rayas, una elegante chaqueta negra, un pantalón marrón largo y unos relucientes zapatos negros.

Daniel Jiménez (2ºESO B)